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El ‘femicidio,’ el genocidio racista, y su desarrollo histórico
David Inczauskis
Doctora María Claudia González
Español 318
25 de abril de 2011
“Yo no encuentro otra solución más que exterminarlos o meterlos en reservaciones como en Estados Unidos. Es imposible meterle cultura a alguien que no tiene nada en la cabeza, culturizar a esa gente es obra de titanes, son un freno y un peso para el desarrollo, sería más barato y más rápido exterminarlos.”
-Un blanco ingeniero industrial de 55 años, 1979-80 (Casaús Arzú, 56)
Sin duda, el femicidio y el genocidio son dos de los temas más controvertidos y ocultos en la historia del ser humano; aun así, en los finales del siglo XX y en la actualidad son problemas notables que todavía forman parte de la sociedad centroamericana. A pesar de que la información acerca del genocidio y el femicidio en Centroamérica—especialmente en la sociedad contemporánea guatemalteca—sigue presentándose con más fuerza y más esperanza de cambios definitivos, la verdad es que el número de muertos, ya alto, sigue aumentando cada semana, cada mes, y cada año. Aunque el femicidio y el genocidio alcanzaron su presencia más obvia en el periodo llamado La Violencia, la cual tuvo lugar entre 1978 y 1983 durante los últimos anos de la guerra interna, las raíces de este tipo de violencia en Centroamérica se encuentran en periodos anteriores: la cultura maya (las influencias precolombinas) en el caso del femicidio, el colonialismo en el caso del genocidio racista (las influencias coloniales), y las primeras dictaduras del siglo XX en el caso de los dos (las influencias contemporáneas).
El trasfondo de la sociedad guatemalteca antes de la dilatada guerra civil (1960-1996) destaca los orígenes del problema del femicidio, los cuales permitieron que el Estado y el ejército nacional realizaran—sin dificultad—las atrocidades que sucedieron en los años setenta y ochenta. Las dos raíces violentas más fundamentales en la comprensión de la mentalidad del gobierno y el hombre de la época son la mentalidad machista que provenía de las relaciones familiares mayas y las dictaduras de la primera mitad del siglo XX que sistematizaron la matanza cotidiana doméstica de la mujer. En cuanto a la sociedad maya y su apoyo de la violencia del hombre contra la mujer, un estudio realizado por David Carey Jr. y M. Gabriela Torres declara que “el derecho consuetudinario en muchas comunidades mayas admitía que los hombres pegaran a sus mujeres” (Carey 146) (1). Por lo tanto, las costumbres mayas han consolidado el punto de vista de que la mujer es propiedad de su marido y que el hombre tiene la potestad de golpear a su esposa si ella no hace lo que quiere él. Lo sorprendente es que una de las razones citadas hoy en día es la continuación del uso de las traiciones mayas para ‘justificar’ su crimen ante el juez. De tal manera, la historia se repite. Además, el trabajo de Carey Jr. y Gabriel Torres destaca otra muestra de las raíces históricas del femicidio en sus comentarios sobre las dictaduras de la primera mitad del siglo veinte, específicamente las de Estrada Cabrera y Jorge Ubico. Por ejemplo, afirman que la “violencia que se basa en el género sostenía las dictaduras” y—aún más chocante—“los gobiernos más democráticos que gobernaron desde 1920 hasta 1931” (Carey 146). La utilización del femicidio por parte de estos gobiernos normalizó la violencia en contra de la mujer guatemalteca y permitió que los hombres siguieran con sus actos maliciosos. Por eso, cuando la guerra interna comenzó en el año 1960, la violencia basada en el género ya se había establecido firmemente en la sociedad.
[1] He traducido las citas que utilizo del trabajo de Carey y Gabriela Torres. Si desea ver los textos de primera mano, mire la bibliografía.
Del mismo modo, el establecimiento y la normalización del genocidio racista en parte proceden de las dictaduras antes de la guerra civil en la época contemporánea; sin embargo, adicionalmente, hay que añadir la influencia de fases sustancialmente anteriores: el colonialismo del siglo XVI y el calvinismo del siglo XIX. El primer rasgo del origen del racismo contra-indígena es el colonialismo. En lugar de incorporar a los indígenas en la vida cotidiana española al llegar en las nuevas tierras, hasta cierto punto los recién llegados establecieron “una sociedad dual y de castas” (Casaús Arzú 22) en la cual fue difícil traspasar las limitaciones sociales y económicas de las fronteras racistas. Ya se podía observar las raíces bien formadas de una sociedad opresiva cuando los criollos y los peninsulares se ponían por encima de los nativos simplemente a causa de la sangre. La situación se hizo más dura y opresiva con la llegada de documentos que certificaban la pureza de la sangre de algunas familias originalmente españolas. Una muestra concreta de la importancia del color de piel, estas certificaciones pusieron los pensamientos racistas sobre el papel. Conjuntamente, los pensamientos religiosos (y calvinistas, sobre todo) habían contribuido al ambiente racista de la época antes de la cúspide del genocidio guatemalteco porque estos pensamientos decían que se puede discriminar a los indígenas “porque son idólatras, pecadores y representan las fuerzas del mal” (Casaús Arzú 32). La ideología protestante—en su forma más radical—también actuó contra la igualdad a base de su propia racionalización del prejuicio sistematizado. Mientras Hitler establecía su opresión religiosa en Alemania, los altos guatemaltecos ya habían absorbido su mentalidad genocidita. Con respecto a los regímenes de Estrada Cabrera y Ubico, un estudio escrito por Marta Elena Casaús Arzú subraya el influjo de la homogeneización guatemalteca durante aquella etapa sobre el desarrollo del racismo confirmando, “[los modelos] de nación y nacionalidad eran partidarios de la homogeneización nacional y del blanqueamiento racial por la vía de la eugenesia” (Casaús Arzú 36). Ante un periodo mundial en el que los alemanes y los italianos estaban desarrollando pensamientos purificadores, algunos blancos guatemaltecos se sometieron—nuevamente—a estas influencias violentas que recalcaban la necesidad de purificar la raza nacional y en consecuencia fomentaban el genocidio de los años siguientes.
La culminación de la violencia a modo de genocidio racista y femicidio tuvo lugar entre los finales de los años setenta y los principios de los años ochenta con más de 200.000 muertes. A lo largo de esta época oscura de la historia guatemalteca, el gobierno y el ejército utilizaron su influencia, su poder, y el temor para mantener su régimen y para suprimir los derechos de la mujer y del indígena. Como ha destacado Casaús Arzú en su sección sobre esta etapa de la guerra civil, el ejército aspiraba a “exterminar al pueblo maya, declarándolo enemigo interno” (Casaús Arzú 58). El resulto de esta estrategia militar fue la inhumana matanza de miles de ciudadanos indígenas con un montón de asesinos obviamente marcados por el exceso de violencia. La mayoría de los mayas no habían sido traidores del gobierno militar ni habían participado en ninguna acción distinta de sus vidas cotidianas; no obstante, los mataron. Acerca de la mujer indígena, las consecuencias de la guerra fueron bárbaramente fatales. En un reportaje dado por un testigo de la brutalidad del genocidio, se describe, “[Los soldados] abrieron la panza de una mujer embarazada y sacaron el nene y al nene le pusieron un palo atrás hasta que le salió por la boca” (Casaús Arzú 63). Es decir, el ejército realizó asesinos públicos y tortura pública para que la comunidad indígena ‘terminara’ dando ayuda al bando que luchó contra el gobierno establecido y para que se diera cuenta de que son inferiores para siempre. Esta idea de que los indígenas ‘merecen’ la tortura en base a su raza no terminó con la llegada de la democracia años después; más bien, empezó a solidificarse como la normalidad del tratamiento del indígena y de la mujer. Hoy en día, el gobierno hace la vista gorda cuando aparecen cuerpos en las calles, y los tribunales no dan castigo (o castigo suficiente) a los criminales.
Lo más sorprendente en cuanto al femicidio y el genocidio racista es que son obstáculos graves que todavía no se han solucionado completamente. Mientras los asesinos, la violencia doméstica, y el racismo siguen siendo problemas insoportables—y en muchos sectores han ido aumentando con respecto a su gravedad—en la sociedad actual en algunas regiones de Centroamérica, los gobiernos distintos no han respondido a los gritos de auxilio—de las mujeres en particular. De hecho, en la última sección de su análisis del femicidio, Carey Jr. y Gabriela Torres cifran, “La policía hoy en día solamente hacen arrestos en dos por ciento de los cinco mil homicidios cada año en Guatemala” (Carey 161). En esta época posguerra en la cual no es fácil distinguir entre los asesinos respaldados por el estado y los asesinos no afiliados, las organizaciones no gubernamentales tienen más problemas acerca de la identificación del origen contemporáneo de los asesinos racistas y los asesinos basados en el género. Por lo tanto, es más importante que nunca empezar a estudiar nuevamente las causas de este problema real y comprometido. En vez de continuar soportando el femicidio y el comportamiento irracional de un porcentaje de los hombres actuales guatemaltecos, hay que comenzar el proceso del aumento del conocimiento internacional para que el gobierno guatemalteco se dé cuenta de que su inacción inadmisible. Sin embargo, no solo es necesario incrementar la consciencia mundial, sino también educar la población interna para que las mujeres y los indígenas aprendan que hay modos de encontrar ayuda si se encuentran en una situación violenta o despectiva. Como la violencia, el sexismo, y el racismo siguen constituyendo parte de la vida cotidiana centroamericana, cada día se hace más relevante que haya un cambio radical y de ruptura que cambie la circunstancia desdeñosa.
Bibliografía
Carey, David, y M. Gabriela Torres. “Guatemalan Women in a Vortex of Violence.”
Precursors to Feminicide. Impreso.
Casaús Arzú, Marta Elena. “Genocidio: ¿La máxima expresión del racismo en Guatemala?.”
Cuadernos del presente imperfecto. 4. Impreso.
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David JW Inczauskis is a Reynolds Scholar from Wake Forest University, class of 2014, who just finished a semester abroad at Universidad de Salamanca, Spain. This essay was written as a school assigment while still in Spain. The goal was to address issues in modern day Latin America, and he chose the topic in order to relate to the reading assignments provided by MIA in preparation to his time in Guatemala. In July 2011, David will be joining MIA in Guatemala and help with the Hombres Contra Feminicidio campaign as he also does research on children, youth and women issues.
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Feminicide, Racist Genocide, and Their Historical Development
David JW Inczauskis
Doctor María Claudia González
Spanish 318
April 25, 2011
“I do not find another solution than to exterminate them or put them on reservations like in the United States. It is impossible to force culture on someone who has nothing in their brain, to culture those people is the work of titans, they are an impediment and deadweight to development, it would be cheaper and quicker to exterminate them.”
-A 50 year old White industrial engineer, 1979-80 (Casaús Arzú, 56)
Without doubt, feminicide and genocide are two of the most controversial and hidden topics in human history; even so, towards the end of the 20th century and in modern times they were and are notable problems that still form part of Central American society. In spite of the fact that information about genocide and feminicide in Central America—especially in the contemporary Guatemalan society—continues to present itself with increasing voice and increasing hope for definitive changes, the truth is that the number of killings, already high, continues increasing each week, month, and year. Although feminicide and genocide reached their most obvious presence during the period called “the Violence,” which took place between 1978 and 1983 during the last years of the Guatemalan civil war, the roots of this type of violence in Central America date back to previous times: Mayan culture (pre-Columbus influences) in the case of feminicide, colonialism in the case of racist genocide (colonial influences), and the first dictatorships of the 20th century in the case of both (contemporary influences).
The societal background of Guatemala before the elongated civil war (1960-1996) highlights the origins of the problem of feminicide—the ideological base that allowed the State and the national army to commit—without much difficulty—the atrocities that occurred in the sixties and the seventies. The two most fundamental violent roots that serve to understand the mentality of the government and the Guatemalan citizen of the time are the “machismo” that came from Mayan relationships within their own families and the dictatorships of the first half of the 20th century that systematized the daily domestic killings of women. Concerning Mayan society and its support of male violence against women, a study conducted by David Carey Jr. and M. Gabriela Torres declares that “the customary rights in many Mayan communities allowed men to hit women” (Carey 146). Therefore, the Mayan customs have strengthened the point of view that a woman is the property of her husband and that men have the responsibility of hitting their wives if their wives do not do what they want. One of the most surprising aspects is that men continue to use these Mayan customs in the courtroom to justify their malicious actions. Unfortunately, history is repeating itself. Moreover, Carey Jr. and Gabriel Torres’s work highlight another example of the historical roots of feminicide through their commentary about the dictatorships of the first half of the 20th century, specifically the dictatorships of Estrada Cabrera and Jorge Ubico. For example, the researchers affirm that “gender violence sustained dictatorships” and—even more shocking—“sustained the more democratic governments that held power between 1920 and 1931” (Carey 146). The usage of feminicide by those governments normalized violence against Guatemalan women and permitted men to continue their violent acts. Therefore, by the time that the internal war initiated in 1960, gender violence already had established itself firmly in Guatemalan society.
Similar to gender violence, the establishment and the normalization of racist genocide in part find their origins in the pre-civil war dictatorships; however, additionally, one must include the influence of earlier epochs: 16th century colonialism and 19th century Calvinism. The first source of anti-indigenous racism is colonialism. Instead of incorporating the indigenous into daily Spanish life in the New World, the newcomers established a “dual society of castes” (Casaús Arzú 22) in which it was difficult to overcome the social and economic limitations created by the racist barriers. It was already easy to observe the well-formed roots of an oppressive society as the Spanish put themselves above the natives solely because of their ‘untidy’ appearance. The situation became more harsh and despotic with the appearance of documents that certified the purity of the blood of the families of European origin. A concrete example of the importance of the color of one’s skin, these certificates put racist thoughts on paper. Similarly, religious beliefs—above all Calvinist beliefs—had contributed to the racist environment in the era before the height of Guatemalan genocide because these beliefs stated that anyone could discriminate against the indigenous “because they are idolatrous, sinners, and they represent the forces of evil” (Casaús Arzú 32). The protestant ideology—in its most radical form—also acted against equality given its rationalization of the prejudiced system. While Hitler was establishing religious oppression against the Jewish in Europe, the high-status Guatemalans had already constructed their own form of genocide. With respect to the regimes of Estrada Cabrera and Ubico, one study written by Marta Elena Casaús Arzú emphasizes the influence of Guatemalan homogenization during those dictatorships on the development of racism confirming, “The models of nation and nationality were supportive of national homogenization and racial whitening through eugenics” (Casaús Arzú 36). Faced with a global period in which the Germans and the Italians were developing their purifying ideology, some Ladino Guatemalans submitted themselves—again—to these violent influences that stressed the necessity of purifying the national race and as a consequence fomented the genocide that was to come.
The culmination of violence by way of racist genocide and feminicide took place during the final years of the 1970s and the first few years of the 1980s with more than 200,000 slayings. Throughout this dark time in Guatemalan history, the government and the army used their influence, power, and fear to maintain their regime and to nullify the human rights of the women and of the indigenous. As Casaús Arzú has highlighted in her section concerning this stage of the civil war, the national army aspired to “exterminate the Mayan people, declaring them an internal enemy” (Casaús Arzú 58). The result of this military strategy was the inhumane killing of thousands of indigenous citizens with a large amount of slayings marked by excessive violence. The majority of the Mayans had not been “traitors” of the military government nor had participated in any action different from their normal lives; nevertheless, they murdered them. Regarding the indigenous women, the consequences of the war were barbarously fatal. In one report given by a witness of the brutality of the genocide, the witness describes, “The soldiers opened the womb of a pregnant woman and took out the fetus. Then, they took a poll and stuck it up the fetus until it came out of its mouth” (Casaús Arzú 63). Better said, the army carried out public assassinations and public torture so that the indigenous community would “finish” giving help to the revolutionaries that fought against the established military government and so that they would once and for all realize that they were “inferior.” The idea that the indigenous deserved the torture based on their race did not end with the arrival of democracy years later; rather, it started to solidify itself as a normality of the treatment of the indigenous people and of women. Today, the Guatemalan government turns a blind eye when corpses appear in the streets, and the tribunal courts do not punish (or do not adequately punish) the criminals.
The most shocking component of feminicide and racist genocide is that they are both obstacles that have not yet been eradicated. While the slayings, domestic violence, and racism continue being insupportable problems—and in many sectors have heightened in their graveness—in modern society in some regions of Central America, the national governments have not responded to the cries for help—from women in particular. In fact, in the last section of their analysis of feminicide, Carey Jr. and Gabriela Torres cite, “The police of today only arrest in 2% of the 5,000 homicides committed each year in Guatemala” (Carey 161). In this postwar stage in which it is not easy to distinguish between the murderers backed by the State and the unaffiliated crimes, the non-governmental organizations have even more problems identifying the contemporary origin of racist attacks and gender-based murders. Therefore, it is more important than ever to renew the study of the causes of this all-too-real problem. Instead of continuing to support feminicide and the irrational behavior of a percentage of current Guatemalan men, we must begin a process that raises international awareness so that the Guatemalan government will realize that its inaction is unacceptable. However, it is not only necessary to raise international awareness because we must also educate the domestic population so that women and natives learn that there are ways to find help if they find themselves in a violent or aggressive situation. As violence, sexism, and racism continue constituting part of the daily Central American lifestyle, the necessity of radical change becomes more and more relevant.
Bibliografía
Carey, David, y M Gabriela Torres. “Guatemalan Women in a Vortex of Violence.”
Precursors to Feminicide. Impreso.
Casaús Arzú, Marta Elena. “Genocidio: ¿La máxima expresión del racismo en Guatemala?.”
Cuadernos del presente imperfecto. 4. Impreso.
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