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Habría sido una de las tantas mujeres que aparecen torturadas y asesinadas en un terreno baldío. Pero ella sobrevivió. Despertó a orillas de un río, desnuda y con el rostro arrancado. Pensó que sólo se trataba de una pesadilla.
Por: Paola Hurtado
Mindy Rodas antes y después. Desde la agresión la joven de 21 años cubre su rostro con una mascarilla. Le espera un largo camino de cirugías. Foto: Walter Peña
Al llegar al puente El Tablón, Esteban propuso a Mindy que bajaran al río a buscar cangrejos. Habían caminado casi una hora y les faltaba otra para llegar a la aldea Tapalapa, en Casillas, Santa Rosa, pero él no quería tomar un autobús. “Es que no tengo dinero”, le explicó. Caminaron río adentro y perdieron el puente de vista. Quedaron rodeados de milpas y arbustos. Una hilera de casas se observaba a lo lejos. Eran más de las tres de la tarde y, cosa rara, ese día de principios de julio no llovía. Esteban se detuvo a fumar un cigarro.
Mindy lo esperó sentada. Era un favor el que le hacía a su esposo el de caminar a Tapalapa para explicarle a la nueva suegra de él que estaban separados. A cambio, Esteban le daría la pensión mensual de Q800 y alquilaría un cuarto para ella y el niño.
La pedrada en la cabeza la tomó por sorpresa. Mindy no pudo reaccionar al ver la sangre escurriendo en su hombro izquierdo. Lo siguiente que vio, cuenta, fue a su ex marido frente a ella con un cuchillo en la mano. “No lo haga, Esteban”, le rogó. Se desmayó al sentir el filo cortar su frente. Abrió los ojos cuando él la tenía agarrada por el pelo y le sumergía la cabeza en las aguas chocolatosas del riachuelo. No recuerda más.
Al despertar no tenía ropa ni zapatos. Tampoco su cadena alrededor del cuello, ni el bolso, ni el celular. Mindy gritó. Llamó a Esteban. A su cuñada. A la tía de él. Pero sólo se escuchaba la corriente del río.
Le dolía la cabeza y se sentía débil. Notó que la cara le goteaba. Se tocó y no sintió nada: ni su nariz, ni su boca, ni la frente, ni la barbilla. Su rostro era una superficie plana que no paraba de sangrar. “Eso no puede estar pasando. Es una pesadilla”, pensó. Se espabiló con agua, quería despertar. Pero los segundos pasaban y ella seguía ahí, sin rostro, desnuda y sola.
“Yo no firmé nada”
Esteban estuvo preso, pero salió libre. Aunque el Ministerio Público le abrió una investigación por femicidio en grado de tentativa, el juez de Primera Instancia de Cuilapa, Amílcar Colindres, consideró el 17 de julio que el caso se trataba de “lesiones graves”, un delito que tiene medida sustitutiva. Un acta de desistimiento supuestamente firmada por la joven bastó para que Eswin Esteban López Bran recuperara la libertad a finales de agosto.
La fiscal del caso, Blanca Osorio, estaba indignada. Llamó a Mindy Rodas Donis al Hospital Roosevelt, donde llevaba 2 meses internada. “Licenciada, le juro que yo no firmé nada”, contestó la joven de 21 años asustada. Un abogado, le contó, había llegado a convencerla de que desistiera de acusar al esposo. En las 2 ocasiones se negó, incluso cuando le ofreció dinero y le advirtió, relata, de que si no firmaba, Esteban la mandaría a matar.
Ese mismo 3 de septiembre, Mindy pidió egreso en el hospital para ir a explicar a Casillas que le habían falsificado la firma. Una enfermera le regaló la ropa y zapatos que había dejado una paciente anterior. Mindy vendió algunas piezas y reunió Q30 para viajar a Santa Rosa. Le regalaron una mascarilla para cubrirse la cara. Sus heridas todavía no habían sanado.
El agresor seguía libre
“Las lesiones de la paciente no son operables en Guatemala”, explicó un cirujano que evaluó a Mindy Rodas en su consultorio privado. “Lo que ella necesita es una reconstrucción con microcirugía. Y en Guatemala no hay nadie que la practique”. Con la microcirugía se toman partes del cuerpo que preservan arterias y venas y se colocan en las áreas con deficiencia de tejido para reconstruirlas. Las opciones más cercanas para una operación de este tipo están en México y Estados Unidos.
A Mindy le reconstruyeron parte de la frente en el hospital Roosevelt con piel de su estómago y le suturaron la barbilla. Pero aún no tiene nariz ni labios. Su perfil es el de un retrato sin concluir. Le cuesta comer y beber sin derramar la comida. No puede pronunciar los fonemas labiales como la “p” y “b”. Y desde el ataque no ha podido besar a su hijo. Edwin Stiben tiene tres años. “¿Qué te pasó, mamá? ¿te duele?”, le preguntó cuando la vio. Pero ella no ha querido contarle. Quiere decírselo poco a poco. Es una realidad dura de explicar. “Ahora desquítese con el niño. Mejor regálelo para que no la vea así”, le han aconsejado algunas vecinas. Ella hace de oídos sordos.
La joven llegó a la Fundación Sobrevivientes en septiembre, acompañada de su madre y cubierta con una bufanda. Recién había salido del hospital y quería ayuda para que le repararan la cara. Pero en realidad necesitaba apoyo en todos los sentidos. No había sido evaluada por un psicólogo y no tenía un abogado que la representara. Estaba viviendo con la madre Leticia Donis y no consigue trabajo. Y su agresor estaba libre.
Usted sabe que la quiero
Fue un sembrador de tomates el que la descubrió herida al lado del río. Una vecina le prestó ropa. Otro llamó a la Policía. Los bomberos la llevaron al hospital de Cuilapa, pero ahí no había cirujanos. A las ocho de la noche, Mindy llegó al Roosevelt. La tuvieron que anestesiar para limpiarle las heridas.
Tres días después, la joven consiguió un teléfono móvil. “Cómo fue tan ingrato de hacerme esto”, le alegó a Esteban. “¿Cómo va a creer que yo fui?, si usted es la madre de mi niño”, le contestó el muchacho de 24 años. “Que Dios lo perdone, porque yo no lo voy a hacer”, lo sentenció. El 3 de julio, la Policía detuvo a Esteban. Desde la cárcel de El Boquerón la llamó.
“Sáqueme de aquí. Usted sabe que yo la quiero. Piense en el niño. A saber qué penas va a pasar sola con él”, intentó convencerla.
La realidad es que Mindy sabe bien cómo mantener a su hijo sola. Desde que se casó con Esteban, a los 17 años, pasó penurias. El joven albañil le daba Q100 a la semana, a pesar de que ganaba Q2 mil mensuales. Mindy, que estudió hasta 6o. primaria, siempre tenía que poner todo su salario de mesera o limpiadora de casas para que comieran los 3. “Algunas veces me pegó si le pedía más dinero”, relata. “Me daba trompadas en la cara y me gritaba: ‘Ya le di su gasto ¿para qué quiere más?’”. “Fue un ingrato: después de que le aguanté 4 años de miserias y maltratos me pagó así”, se lamenta.
A principios de este año, Mindy y Esteban se separaron y ella denunció ante el juzgado que dejó de darle dinero y le había pegado. El juez ordenó pagarle una pensión de Q800 al mes y alejarse de ella. Pero Esteban la buscó para pedirle disculpas y la convenció. Volvieron a separarse en julio, cuando Mindy descubrió que Esteban convivía con otra mujer: una niña de 16 años que se presentó como “la novia”.
El 2 de julio, el matrimonio López Rodas volvió a comparecer ante el juez, quien ordenó el pago de Q800 mensuales y le ordenó a Esteban cederle a ella y al niño su casa en Casillas (una habitación adosada a una vivienda multifamiliar) o alquilarles un cuarto. Esteban aceptó, pero le pidió a Mindy el favor: que fueran a Tapalapa a hablar con la madre de la adolescente.
Se juntaron en Casillas el día siguiente, el viernes 3 de julio. Mindy no se percató de que su esposo escondió en la espalda, debajo de la camisa, el cuchillo con el que ella cocinaba. “Cómo creíste en él…”, le pregunta todavía su madre.
“Es una venganza”
Un peritaje grafológico realizado por el Instituto de Ciencias Forenses (Inacif) determinó que la firma de Mindy Rodas Donis no coincidía con la del acta de desistimiento.
Esteban López fue detenido nuevamente el 2 de octubre y permanece preso. A petición de la fiscal y de Rodman Pérez, el abogado de la Fundación Sobrevivientes, Colindres reformó la semana pasada el delito de lesiones graves por el de intento de femicido. La pena de este delito va de 16.5 a 33.5 años de prisión, mientras que la de lesiones graves, de 2 a 8 años.
El juez explica que Mindy y Esteban tienen acusaciones mutuas de infidelidad. Según declaró el acusado, su esposa tenía múltiples amantes y lo está acusando por venganza, porque él convivía con la joven de 16 años. Mindy asegura que nunca le fue infiel a Esteban.
“Yo llevo nueve años como juez y no es que no me equivoque, pero uno va agarrando experiencia y los indicios le dicen a uno si una persona miente o no. Y, para serle franco, él (Esteban) no me dio ni un solo indicio de que estuviera mintiendo”, comenta el juzgador. Sobre la persona que dejó sin rostro a Mindy comenta que “yo creería que fue uno de los amantes de la señora, uno celoso”. “Y para serle sincero”, agrega, “también dudo del peritaje del Inacif.
Porque los informes se pueden manipular”.
La abogada de Esteban, Jilda Martínez Ruano, asegura que el día de los hechos su defendido estaba trabajando en una cuadrilla de la Municipalidad y que algunas declaraciones de Mindy Rodas han sido incongruentes. Dice que ha considerado renunciar al caso, pero no lo hace porque afectaría a su colega, Alfonso Sol Picholá, a quien se le abrió investigación por tramitar el acta con la firma falsa de Mindy. Sol Picholá refiere que el caso lo tiene “preocupado” porque “la señora me firmó el acta en el hospital, a escondidas porque no quería que se enterara nadie. Me sorprende que se retracte”, dice.
La fiscal Blanca Osorio está convencida de que Esteban no pretendía lesionar a Mindy sino matarla y además dejarla irreconocible. La denuncia de Mindy en abril demuestra que en el hogar había antecedentes de violencia y un peritaje lingüístico solicitado por la Fiscalía al Inacif evaluó el testimonio de la muchacha y determinó que el acusado ejercía una relación de “superioridad y poder de tipo misógino”. El análisis concluye que Mindy era “abusada verbal y físicamente por su esposo”. Estos informes, el examen forense y el testimonio de la joven, opina, serán determinantes en el juicio.
Darle la cara a todo
Antes de perder su rostro, Mindy pesaba 170 libras y adecuaba su comportamiento y vestuario a las exigencias de su esposo: esa falda es muy corta, a quién les estás sonriendo, estás muy pintada. Salió del hospital con 60 libras menos y, a pesar de las terribles circunstancias, libre.
Muchas noches Mindy lloró en el Roosevelt. Llamaba a Leticia llorando: “Mejor me hubiera muerto, mama”. Pero una vez fuera, la muchacha tomó valor y no ha retrocedido. “Siempre que vamos a salir ella corre a arreglarse, se pone aretes y collares, jala sus pinturas y se pinta los pedacitos que le quedaron”, cuenta Leticia. Mindy sale a la calle con mascarilla para evitar las miradas de curiosidad y de espanto, pero en la casa de su madre, a donde se mudó con el hijo, lleva el rostro descubierto.
A la psicóloga y la trabajadora de la Fundación Sobrevivientes que han evaluado a Mindy no deja de preocuparles la actitud tan positiva de la muchacha. Sería más normal verla deprimida, sin querer salir a la calle ni ocuparse de su arreglo personal. Les inquieta la disociación con la realidad y que en cualquier momento se desplome. “Creo que su trauma va más allá de lo que hemos visto”, comenta la psicóloga. La trabajadora social teme que la joven no se haya dado cuenta de la magnitud del problema y de lo que se avecina con las múltiples cirugías a las que deberá someterse a lo largo de varios meses.
Norma Cruz, directora de la Fundación Sobrevivientes, ha cursado varias solicitudes de ayuda para Mindy. Una de ellas llegó a las manos de Zury Ríos, diputada eferregista, quien le solicitó colaboración a tres embajadas y a dos personas del sector privado para encontrar a los cirujanos que puedan operar a la joven, ya sea que ella viaje al extranjero o que los médicos vengan a Guatemala. También se buscan donantes para costear los gastos de hospitalización y traslados.
Mindy dice que ya no quiere acordarse de lo que le pasó –aunque a diario se lo recuerde el espejo–. “Lo que me queda es sacar adelante al niño, darle su estudio y lo que necesite. Quiero recuperarme y ponerme a trabajar. Estoy dispuesta a todo, a darle la cara a lo que venga”, asegura.
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